Por Shon José.
El 2023 fue el año de los encuentros, de reafirmar la salud de mi cuerpo y de mi mente, de cultivar mi espíritu.
Aunque no quiera, el dos mil veintitrés se acaba. Se acabará. Sí, ese dos mil veintitrés del cual dije que sería mi año, en el que me apuntaría al gimnasio, en el que iba a terminar de escribir al menos un libro, en el que iniciaría una nueva carrera, en el que la fortuna estaría de mi lado. Pero a demás de mis planes y proyecciones, en esta año la existencia y su misterioso azar me regalaron desamores, soledades, lágrimas, riñas, ardores. Fue el año de los encuentros, de reafirmar la salud de mi cuerpo y de mi mente, de cultivar mi espíritu. Por eso hoy me despido es este año.
El dos mil veinticuatro no cambiará nada en mí sin el trabajo, arduo y fatigoso, que realicé en este año que abrazo para decirle adiós. El tiempo no tiene mayor cambio que el olvido, que no es borrar la existencia del pasado, sino simplemente dejar que opere desde el silencio y desde el dolor. El siguiente año tendrá la novedad que yo haya sembrado en el que se acaba. Decir adiós implica la conciencia de lo que cultivé, y lo que cultivé lo resumo en tres aspectos.
El primero es la pregunta "¿por qué?". Me despido de este año reivindicando la pregunta “¿por qué?”. ¿Por qué el tiempo se acaba? ¿Por qué mi juventud llega a su fin? ¿Por qué me rompieron el corazón? ¿Por qué muchos proyectos no los puede realizar? ¿Por qué? Y no estoy reivindicando la actitud de la queja. No. Aunque he de decir que quejarse no está mal. Quejarse no es otra cosa sino un medio de expresión y no de solución. Y para resolver tantas cosas, para resolverse uno mismo, primero hay que expresar y expresarse eso que sentimos, pensamos e incluso lo que no comprendemos. ¡Qué chingonamente hermoso es ver a una persona, sumida en el misterio de la vida, en el absurdo de la vida, y escucharle decir: “no sé, no comprendo”! La ignorancia y la pequeñes es el único punto de partida para ser sabio y grande. El sabio también llora, y no solo eso, sino que también sabe que llorar y quejarse son un medio de expresión, un medio por el cual se reconoce el límite y sus posibles superaciones.
Para no andar buscando personas que me resuelvan, he tenido que expresar, incluso con la queja, todo aquello que me indigna, que me duele, que me ilumina y que me alegra.
El “por qué” es uno de los caminos más consientes y humanos para ir a la raíz de las cosas, a las cosas mismas, a uno mismo. Es buscar las causas, los factores, las dimensiones, las versiones, la diversidad. En este sentido el “por qué” no solo es queja, sino búsqueda, renovación, deconstrucción, conversión, giro, inversión, dialéctica, camino, solución, disolución. En este mundo donde la dignidad no es más que un concepto de interés político y woke, el “por qué” es una revolución y, por eso mismo, un arte.
El segundo aspecto es el amor. Me despido de este año expresando mi amor. Confieso que amo y mucho, aunque siento un cierto nerviosismo en expresarlo explayadamente.
Confieso que te amo. Intensa y calmadamente. Loca y maduramente. De cerca, de lejos, en la luz, en la noche, en la tormenta, en el paraíso.
Te amo no por donde estás ni por cómo estás, si no por el simple hecho de que estés, te amo porque existes, porque esa irrupción de tu ser en este mi mundo es maravillosa. Y ahora que no estás aquí, a mi lado, también te amo, porque amo tu ser, amo esa imagen que tengo de ti. Es más, mi amor va más allá de mis heridas y de las tuyas. Amo la vida, amo a mi familia y, táchame de loco o de fumado, pero a veces poseo un amor por la humanidad, un aprecio raro y real que anida en mí cuando veo a la masa, al gentío. Mi crítica es amor.
Me gusta mucho esa forma poética en la que Gabriel Marcel describía el amor. Él afirmaba que “amar a alguien es decirle: tú no morirás”. Obviamente no haciendo referencia a la muerte biológica porque es obvia e inevitable, sino más bien a esa presencia de mis seres amados en mí. No dejarlos morir en mi ser, no olvidarlos, sino integrarlos a mi historia como una historia de amor. Por eso confieso que, aunque no estés, aunque no me topes, o incluso aunque hayas muerto, en mí vives y lates, "como un pulso que golpea las tinieblas", parafraseando a Celaya. Mientras yo tenga vida, tú no morirás. Del amor sé muy poco, solo sé amar y que como tal el amor es vida. Tú presencia sigue viva en mí porque te amo. Me alejo porque te amo. Me acerco porque te amo. Lo que sea para que tengas vida. Te amo.
Te digo que no morirás, te digo que te amo. Pero no lo digo con palabras. Lo digo con mi vida entera. De hecho esta es de las pocas veces que ventilo al público que te amo. Aunque nadie sepa quien eres, aunque cuando te veo ni yo sé quien eres. Este amor tal vez no es recíproco, pero si el amor es vida y me siento más vivo que nunca: me amo. No moriré.
El tercer aspecto es la gratitud. Me despido de este año con la palabra “gracias”. Y cuando escribo este gracias percibo un nudo en mi garganta y un liquido raro en mis ojos.
Son lágrimas de orgullo, porque creí que en este año no diría esta palabra con autenticidad. Esta vez de corazón: gracias.
Agradecer es reconocer lo que es real, o lo que percibo como tal, sin autoengaños ni falacias existenciales que salvaguarden mi imagen y mi apariencia. Agradecer necesita, además de un corazón sano y que se trabaja, un realismo. A veces me he guiado mucho por el “hubiera”, era normal que me dijera, casi como reproche: si hubiera hecho las cosas de otra manera, si no te hubiera amado. Hubiera, hubiera.
Soy real, eres real, aunque a veces nos escondamos en gilipolleces y máscaras. Por eso gracias por permitirme compartir un cachito de mi existencia con la tuya. Te abrazo, te beso, hago una genuflexión ante tu presencia porque, de verdad, es tanto mi agradecimiento que coincidir contigo ha sido un momento sagrado. En tu presencia el silencio es comunicación absoluta, mis ojos son contemplación que deshilvana belleza, mi quietud es un ardor.
Es de esta manera como me despido de este año. Y sí, confieso que con el bendito sentimiento de melancolía que de pronto embarga cada poro de mi piel, esta melancolía que se integra con un abrazo, con una caricia, con una sonrisa, con una risa, con una mirada.
Me despido con la actitud de buscar las cosas que derrumban mi ignorancia cuando pregunto por qué, con el ardor de mi amor que es síntoma de vida -y vida en abundancia-, y con mi agradecimiento como un modo de reconocer y acoger la realidad en la cual pretendo seguir con esta revolución.
En fin, te busco, te amo y gracias.
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